martes, 15 de marzo de 2011

Relación de la obra con el folletín

Podemos decir que los culebrones televisivos soy hoy día, la evolución del folletín, o por lo menos su equivalente contemporáneo.
El formato es el mismo, cambian los medios, pero no así seguramente los parámetros, los arquetipos, ni el público fiel.
En el cada vez más alfabetizado occidente del siglo XIX, el folletín tenía el terreno abonado para triunfar. Las historias de amores imposibles, de huérfanos, y, en fin, todo tipo de dramas, calaban fácilmente entre los lectores y no lectores que pedían que se lo leyesen.
Pronto surgieron publicaciones especializadas que daban por entregas los diferentes relatos que en muchas ocasiones no eran fácilmente distinguibles el uno del otro. Aunque como en todo género popular, el folletín estaba sembrado de literatura barata industrial, el fenómeno fue tal que también los grandes nombres se aventuraron a lidiar con el género. En Francia, cuna del folletín, firmas insignes como Balzac, Flaubert o el escritor folletinesco por excelencia, Dumas, no dudaron en experimentar con el género. Pero seguramente fuera Victor Hugo quien llegó a producir la obra total folletinesca: Los miserables.
Por supuesto, que parecía un principio de novela total, que bebe del objetivismo y del academicismo decimonónicos de las primeras novelas negras y de las memorias de Vidocq. En la obra, el autor aprovechando los diferentes hilos arguméntales puede muy bien digresar, y dedicar unas cuantas páginas a hablar de las revoluciones callejeras, del origen del caló, de las alcantarillas de París, o aprovechar para ofrecer un delicioso resumen de la batalla de Waterloo, que tal vez no posee de las actualizaciones al microscopio de la historiografía moderna, pero goza, evidentemente, de un estilo literario que ningún historiador puede alcanzar.

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